Elsa despierta cada día sin saber quién es, dónde está, no reconoce la imagen que le devuelve el espejo. Elsa vive con sus padres y su hermana. Y ellos desde el día que Elsa tuvo el accidente y su memoria se evapora, han ideado un plan para ella, un plan que debe funcionar con la precisión de un reloj.

Es martes, son las ocho y media, suena el despertador y Elsa se levanta. Sus padres escuchan un grito. Esperan. Ella no sabe qué hace en esa habitación. Encuentra una foto, con un posit en forma de corazón, en el que encuentra escrita la palabra “Elsa”. La mira con curiosidad, nerviosa deambula por el dormitorio, llega a un aseo. Encuentra un espejo. Otro papel con una inscripción: “Tranquila Elsa, eres tú”.  La imagen le resulta familiar, es la misma que la de la foto. Respira. ¿Soy Elsa? Una carta al lado de los productos de higiene. Está temblando. La abre.

¡Hola Elsa¡

Estás en tu habitación, esta es tu casa. No tengas miedo. Dentro de unos minutos subirá una mujer, no la reconocerás, pero soy yo, mamá. Te llevaré tu desayuno. Te encanta tomar un zumo de sandía, y unas tostadas con mantequilla. Sabemos que tienes miedo. Hace cinco años tuviste un accidente, en la playa. Te lanzaste al mar desde una roca. Y te golpeaste fuertemente la cabeza. Desde ese día sufres episodios de pérdidas de memoria. Son diarios. Cuando pasan unas horas, cuando tomas tu medicación empiezas a recordar. Me recuerdas a mí, a papá y a tu hermana. Pero también recordarás por qué estás así. Es duro, no te voy a mentir.

Elsa termina de leer la carta y se siente confusa. Esas palabras le resultan familiares. Pero su intuición le dicta que debe huir. Siente que está recluida. Busca una salida. Escucha unos pasos. Se acercan a su cuarto. Su cuerpo se paraliza. Entra una mujer. Muy despacio camina hacia una mesilla que está junto a una ventana. Y le habla. Le pide que se siente, y le pregunta si ya ha leído la carta. Elsa la mira fijamente, y poco a poco se acerca. Y en un instante sus miradas se cruzan.- ¿Mamá?- dice Elsa con voz temblorosa mientras le cae una lágrima por su rostro. Su madre le responde, y se repite la misma escena, la misma que lleva repitiéndose durante los últimos cinco años. Como si se tratara de la grabación de una película, en la que los actores olvidan una frase y deben repetir hasta que el director queda satisfecho con el trabajo. Pero aquí no hay cámaras, ni focos. Ni sentimientos impostados. Para Elsa y su familia cada mañana es un nuevo día, donde se reencuentran con una persona que les desconoce, que les tiene miedo, que no se reconoce a sí misma.  Y saben que un día, ni las fotos, ni la carta servirán. Porque los médicos han dicho que su enfermedad es imprevisible. Quizá un día despierte, y jamás vuelva a recordar, quizá no vuelva a recordar ni tan siquiera cómo  gritar.