Marisa ya no necesita ponerse el despertador como en tiempos pasados. Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, en su vida no se cumple. Tras revisar aquella lista de propósitos de nuevo año que hizo hace ya unas semanas no sabe muy bien por qué, se prepara el desayuno.
Como de costumbre, nueva costumbre, bate unos trozos de melón con una piedra de hielo. Prepara dos tortas de arroz integral con pavo. Escribe un wasap a su familia y comprueba que están todos bien.
Mientras desayuna lee las noticias en redes sociales, también se pregunta por qué lo hace, ya que normalmente le pone de muy mal humor lo que lee. Cree que ese tiempo debería dedicarlo para la lectura de los muchos libros que tiene pendientes o a medio leer.
Decide darse una ducha, con el agua bien caliente. Esta mañana hace especialmente frío.
Se desnuda, se sube a la báscula, suspira. Y se mira al espejo. Se toma un par de minutos. Se aleja, se mira fijamente. Se acerca de nuevo. — ¿Pero qué…? —murmura entre dientes—.
Hay algo que le devuelve el reflejo y le ha sorprendido, algo que no había visto antes. Algo nuevo. Algo inquietante.
Marisa no puede apartarse del espejo. Está ahí, desnuda, sola. Indefensa con toda su piel al descubierto. Recibiendo una imagen que no le corresponde con la que ella tenía en su cabeza sobre sí misma.
¿Cómo puede ser, que en el transcurso de un día, en el paso de unas horas, en lo que tarda el sol en salir y esconderse para volver a asomar y mostrar su inmensidad, una persona no se identifique con el reflejo de un mísero espejo?
Marisa está temblando, lleva ya casi quince minutos desnuda, el frío le hiela la piel, pero su sensación le hiela su ser.
Tanto tiempo luchando por quererse, por aceptarse, tantas horas de psicoterapia. Pero había perdido la perspectiva, había caído en la tentación de la publicidad que te quiere perfecta, que te exige la belleza sin fisuras. Sin kilos, sin arrugas, sin estrías, sin celulitis, sin vello, perfumada, maquillada, poderosa, romántica, madre, esposa, ama de casa, exitosa, deportista, cabello perfecto, liso y suave, rizo perfecto, siempre joven, sin canas, piel suave, piel cuidada, desmaquíllate, uñas perfectas, sin ojeras, sexy, con tacones, pero cómoda, a la moda, las rebajas, no seas dejada, cuídate, quiérete, si no ¿quién te va a querer?
Marisa lo vio. Lo vio en el reflejo de su cuerpo. Vio que había intentado cumplir con la máxima de cuidarte, mimarte, quererte. Su cuerpo había cambiado. Estaba mucho más delgada. Su cara era diferente. Su cuerpo era diferente. Pero sus ojos, sus ojos eran los ojos más tristes que había visto nunca. Y hasta hoy no se había fijado.
Había perdido mucho tiempo, pero la tristeza estaba ahí. Se había quedado esperando agazapada para salir cuando menos lo esperaba. O quizá nunca se había ido.
Marisa cogió un lápiz de labio rojo y pintó el espejo, hasta que lo dejó totalmente manchado, hasta que no podía enviar señales de reflejos reales o creados por una mente que llevaba mucho tiempo sufriendo.
Por una mente que necesitaba volver al botón de reiniciar, y volver a empezar. Qué más da, se dijo Marisa. Ya lo hemos hecho antes.
Volvemos a empezar.
Genial Marisa y su lucha interior.
Muchas gracias por leerme ?